Que te digan lo que dije cuando
aturdido contaba los besos que tú me diste.
Que te digan lo que dije pero
te digan también cómo apretaba en mis manos
la nada que me dejaste cuando te gritaba ven, ven.
Los ojos tristes se tienen por algo,
y lo malo de mi suerte fue que
duraste poco, tan poquito para verte.
Mi suerte llegó y se fue contigo sin saber
en qué final del puente está el principio
de tu olvido y mi castigo.
Yo asistí al entierro de mi propio amor por ti,
yo vi cómo se moría y después lo vi y así,
mi vida, y en la almohada de mi cama
la noche me repetía los sabios de su agonía,
no me quieras yo te quiero.
Con eso me basta y sobra
para seguir un sendero sin importarme la gloria.
No me busques, yo te sueño,
es una nueva armonía del martirio y el consuelo.
Los amores como el mío, este mío solamente,
están presos con cadenas que por la noche se sueltan
por amores como estos.
Que a padecer se condenan, están llenas las ausencias
de cristos y magdalenas.
Quién te dijo que la rosa, el azul, la mar y el cielo
son hoy solamente cosas perdidas en el recuerdo
de tiempos que ya se fueron.
Y la lágrima, y el beso, y el quedarse sin palabra
ante unos ojos de infierno, y el grito,
y el pensamiento son también cosas del tiempo,
en definitiva muerte.
Qué te queda, grita, llora, dilo,
una dicha que al nacer está condenada al tiempo,
a mí me quedan tus ojos, mientras la vida
me de le milagro tan pequeño de mantenerlos
con vida, en la vida del recuerdo.
No me quieras, yo te quiero,
con eso me basta y sobra.
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