Yo no he sabido darte una ventana
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con vistas al amor de los prudentes.
Ni he cortado las rosas obedientes
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que cultivan el orden del mañana.
Tampoco soy el hombre que se afana
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en las puntualidades reverentes.
Mis cuatro corazones son conscientes
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del viento que me sigue y que me gana.
Pero sí puedo darte un todavía,
un modo de romper la luz del día.
Una resolución imprevisible.
Mi quizá, mi tal vez, mi tan siquiera,
mis dudas, mi lluviosa enredadera.
De todo lo posible, lo imposible.
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