(Con cejilla en el tercer traste)
Por las calles de Madrid, va un caballero a la iglesia,
más va por ver a las damas que por oír las completas.
Se ha acercado allí a un difunto, que está en imagen de piedra,
le ha agarrado de la barba y le dice de esta manera:
-¿No te acuerdas, capitán, cuando estabas en la guerra
gobernando mil batallas, gobernando a tus banderas?
Yo te convido esta noche, a sentarte a la mi mesa.
El difunto que no duerme, en olvido no lo echa.
A eso de la medianoche, llega el difunto a la puerta
y le baja a responder un criado de la mesa.
-Criado, dile a tu amo, que el convidado de piedra
que convidó en San Francisco, viene a cumplir la promesa.
Le han acercado una silla para que se siente en ella.
Hace que come, y no come; hace que cena y no cena.
-Yo te convido mañana, a cenar a la mi mesa.
El caballero asustado, al confesor le da cuenta.
El confesor le responde: -Hijo, comulga y confiesa
y lleva este relicario que te sirva de defensa.
Al toque de la oración, va el caballero a la iglesia,
ve dos luces encendidas, y una sepultura abierta.
-Arrímate, caballero; arrímate acá, no temas.
Tengo licencia de Dios de hacer de ti lo que quiera.
Si no es por el relicario que traes para tu defensa
te había de enterrar vivo aunque Dios vida te diera,
porque otra vez no te burles de los santos de la iglesia.
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