Para que nunca se olviden
las gloriosas olimpiadas
mandó a matar el gobierno
cuatrocientos camaradas.
Ay, Plaza de Tlatelolco,
cómo me duelen tus balas,
cuatrocientas esperanzas
a traición arrebatadas.
¿Cómo harán los granaderos
cuando llegan a sus casas?
¿Amarán a sus mujeres
con manos ensangrentadas?
Pero esas manchas no salen
ni con jabón, ni con agua.
Te pregunto, granadero:
¿con qué has pensado lavarlas?
La Virgen de Guadalupe
conoce a los asesinos,
ya no les prendas velitas
porque está con los caídos.
No acallarás tu conciencia
con plegarias o con vino.
Los estudiantes caminan
con la verdad en la mirada,
nada podrá detenerlos,
ni las flores ni las balas.
Para sus muertos les llevan
acciones, no más palabras.
A pesar de estar tan lejos
se escuchó aquí la descarga
de esos valientes soldados
que mataban por la espalda.
Para que nunca se olviden
de esa tierra mexicana
mandó a matar el gobierno
cuatrocientos camaradas.
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