La otra tarde en una iglesia,
que era fiesta de guardar,
me dio un ataque de amnesia
no podía recordar
a quién coño fui a rezar.
Yo que siento por Jesús,
yo que siento por Jesús
repelús.
Imaginad mi problema,
cualquier otro sin mi fe,
con seguridad, blasfema
o se va a tomar café.
Pero yo no flaqueé,
no podía estar allí,
no podía estar allí
porque sí.
"He perdido la memoria",
le expliqué a un santo varón.
"Eche una jaculatoria
o una salve a mi intención,
tengo un lío del copón.
No comprendo, ay de mí.
No comprendo, ay de mí,
que hago aquí."
"Calma", me dijo el beato,
"por mi honor de sacristán,
rezaré a San Cucufato
y tus recuerdos volverán
o sus huevos sufrirán."
Y le ató al pobre un cordel,
y le ató al pobre un cordel.
¡Qué cruel!
Recuperé por entero,
gracias a su intercesión,
la memoria y un mechero
que no entraba en la oración.
¡Eso sí que es devoción!
Le quedaba además,
le quedaba además
mucho gas.
Le di lumbre a un monaguillo
y una hostia al sacristán,
y les vacié el cepillo
a San Cosme y San Damián,
recordando que mi plan
era entrar a aquel lugar,
era entrar a aquel lugar
a robar.
Tú que nunca vas al templo,
tú que estás en el error,
toma de mi historia ejemplo,
rectifica pecador
y recorre sin temor
los caminos del señor,
los caminos del señor.
¡Sí señor!
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